El dinero es, sin duda, cada vez más abstracto y con la aparición de las monedas digitales y otras formas de pago nos preguntamos cuál es el futuro del dinero como lo conocemos hoy. La creciente digitalización no puede dejarse de lado ya que tiene implicancias socioeconómicas, pero ¿qué impacto recibiría el envío de remesas desde otro país?
La digitalización de la moneda debe hacerse con un amplio sentido social, de otra manera seguiremos ensanchando el abismo entre los sectores favorecidos y los marginados.
La incursión de la tecnología, a partir del fuerte despegue industrial de mediados del siglo XIX y su posterior crecimiento exponencial hasta la fecha, ha venido modificando y alterando los patrones conductuales de la sociedad en periodos de tiempo cada vez más cortos.
El punto central que ha provocado esta situación radica en la evolución de las tecnologías de la información y comunicación (TIC).Los principales bancos centrales del planeta han abierto el melón de las monedas digitales. Después de una larga década de convivencia inversora con las criptomonedas, y bajo la tutela del Banco Internacional de Pagos (BIS, según sus siglas en inglés), institución de la que emanan las regulaciones de la industria financiera y bancaria, las autoridades monetarias han sucumbido a los efectos de la digitalización.
Las divisas electrónicas mediante tecnología ‘blockchains’, sobre la que se asientan las más de 2.000 criptomonedas que operan en el mundo, han dejado de ser un asunto tabú. Ante el declive de los pagos en cash, la paulatina caída del dinero en circulación y los menores costes para las entidades financieras por el uso de una modalidad que añade, además, enormes posibilidades de certificación de las transacciones, los organismos de supervisión empiezan a admitir su influencia en beneficio de la estabilidad monetaria. El proceso en ciernes, aunque ya avanzado con proyectos operativos en curso, requerirá una coexistencia pacífica del dinero digital y líquido. Mientras el sector privado -la industria bancaria- se acomoda para jugar un papel estelar en este cambio de paradigma. El BIS ha puesto sobre la mesa los criterios y protocolos que deben regir la hoja de ruta a seguir. Una encuesta de este organismo entre 66 bancos centrales revela que el 80% de ellos considera este avance ineludible y el 10% espera lanzar su divisa digital en uno o tres años. El BCE ha recogido el testigo para explorar el cripto-euro. Una tendencia que también están dispuestos a seguir el resto de sus instituciones hermanas más importantes. Uno de los detonantes de este súbito cambio de parecer ha sido la puesta en escena, por parte de Facebook, de su propio sistema de pagos electrónico, la Libra.
Las enormes fluctuaciones en el valor de las criptomonedas ha sido una constante desde que, en 2009, Satoshi Nakamoto -con independencia de si es una persona física o el pseudónimo individual o de un grupo de expertos inversores- diera carta de naturaleza al protocolo Bitcoin -la divisa con tecnología blockchain por antonomasia- y su software de referencia, publicado un año antes. El uso de bitcoins atrajo desde el principio a figuras neoliberales y simpatizantes de la ausencia de todo tipo de control y supervisión en las finanzas globales. Aunque no fue hasta el ejercicio 2013, en plena travesía europea por su crisis de deuda, con multimillonarios rescates a cinco socios monetarios, cuando inició su etapa de esplendor. Una paulatina revalorización de proporciones casi dantescas -su cotización inicial era de 0 dólares-, que le llevó a rozar los 20.000 dólares por unidad en 2017 -exactamente, 19.783, su récord, del 17 de diciembre- no exenta de oscilaciones, como el escándalo de fuga del sistema de 750.000 bitcoins en 2014, ejercicio en el que se sucedieron informaciones sobre una posible prohibición de su uso en China. En cualquier caso, la historia del bitcoin deja 2013 como su salto inversor. En apenas ocho meses -de abril a noviembre- la criptomoneda por excelencia pasó de valer 100 a 1.000 dólares. Sus detractores, entre ellos los bancos centrales, siempre han acusado a esta fórmula de pago de haber actuado en los mercados sin autoridad central. Aunque sus defensores niegan la ausencia de controles financieros porque -aducen- sus asientos contables son accesibles a todos los que desean saber sus cuentas mercantiles. En el sistema blockchain operan grupos de llamados mineros (miners) que actualizan las bases registrales con sus movimientos inversores; a continuación, los agrupan en bloques (blocks) y los incorporan a sus cadenas (chains) de datos para, con posterioridad, realizar un hash o cálculo de valor a partir de un sistema metodológico de algoritmos.
Este modus operandi es el que también estaría detrás de las divisas digitales, término que los bancos centrales prefieren emplear para marcar distancias con las más de 2.000 criptomonedas que existen en el mercado. Bajo el auspicio, la regulación y los protocolos dictados por el Banco Internacional de Pagos. Del BIS han emanado las amplias reformas normativas, requerimientos y exigencia que las entidades financieras de todo el mundo han impuesto, con matices según los ordenamientos jurídicos nacionales, para vigilar y controlar los estados contables de los bancos. También estuvo detrás de la separación entre banca privada y comercial -germen, a su juicio, de la proliferación de activos tóxicos que precipitó el credit crunch de 2008- y de los stress-tests a los que se han visto sometidas las instituciones financieras desde entonces; especialmente las que representan, por su dimensión y expansión global, un riesgo sistémico. Porque, no en vano, es el organismo que da cobijo al G-10, el foro de los grandes bancos centrales. Este denominado club monetario mundial, con sede en la ciudad suiza de Basilea, ha sido el que dado el pistoletazo de salida hacia las divisas digitales y ha labrado el consenso necesario para que el G-10 lidere los procesos hacia las monedas electrónicas con tecnología blockchain. Siguiendo, eso sí, criterios e instrucciones del BIS. Y con la admisión de que deberá coexistir necesariamente con el dinero en circulación y otras formas de transacción y de pagos, para “no dañar la estabilidad financiera y monetaria”. A la espera de la involucración de los bancos. Porque el sector privado “debería tener un papel apropiado y preponderante”, enfatiza el BIS en un reciente informe monográfico sobre divisas digitales que también suscriben la Reserva Federal y el BCE.